viernes, 17 de abril de 2009

domingo, 30 de septiembre de 2007

Conflicto por papeleras

Hace unas tres semanas salió en La Nación el artículo que transcribo más abajo, que me pareció de lo más sensato. Hasta ahora no me enteré de repercusión alguna. ¿Saben algo al respecto? ¿Qué les parece?


La "causa" de las papeleras
Por Vicente Palermo y Carlos Reboratti 
Para LA NACION


En la protesta del 29 del mes último, ambientalistas gualeguaychuenses hicieron oír su voz del otro lado del río: “La Argentina dice afuera Botnia y afuera Finlandia, terroristas del medio ambiente. ¡Están inaugurando un puerto ilegal!”. No es inusitado que un grupo identifique su interés como el interés del conjunto de la Nación ni que aspire a convencer a todos sus connacionales de esta perfecta identidad. Si se trata de un conflicto que involucra a otro país, echar mano del “recurso de arrogación” suele ser aún más eficaz. Y si el interés grupal puede ser inscripto como la defensa de un valor universal –el medio ambiente sano–, la arrogación es más sencilla aún, sea esa inscripción fundada o arbitraria.
Habituados a esas prácticas, cuestionarlas resulta más arduo que remar contra la corriente en las suaves aguas del río Uruguay. En la lógica de hierro de la arrogación, cualquier defensor de una posición diferente se opone al interés de la Nación. No es inquietante si la arrogación es bandera, solamente, de un grupo reducido, por intenso que sea su activismo y por enfáticas que sean sus posiciones. Pero si la demanda es levantada por políticos y poderes públicos ya es otro cantar. Los defensores de posiciones distintas deben atreverse a alzar su voz contra lo que es postulado desde el Estado y por representantes del pueblo como una causa nacional.
Pero las operaciones políticas de configuración de un interés nacional son cada vez más costosas para las comunidades nacionales que las sostienen. Eso se percibe dolorosamente en las presentes circunstancias.
Los intentos del gobierno argentino de convertir la postura del vecinalismo en causa nacional no tuvieron éxito. No se logró, afortunadamente, ese objetivo de este lado del río, pero sí van camino de conseguirlo del otro lado, sí han envenenado mucho los vínculos argentino-uruguayos, sí han contribuido a erosionar la precaria integración.
Los principales daños no son los de corto plazo: impacto económico y social de los bloqueos contra uruguayos y argentinos, persistencia de un clima absurdamente enardecido en las relaciones bilaterales, pérdida de oportunidades de emprendimientos conjuntos muy convenientes. Los peores daños potenciales residen en los peligros de largo plazo: desaprovechamiento definitivo de las ganancias de escala que acarrearía la cooperación ambiental, económica y comercial en el sector productivo forestal-papelero; creación de un diferendo político y diplomático crónico, que llena las relaciones argentino-uruguayas de mutua desconfianza; incidencia del conflicto en un eventual proceso de disgregación del Mercosur. Y el peor de todos: que por primera vez un conflicto entre uruguayos y argentinos adquiere encarnadura social y cultural, convertido en una “causa nacional” que intoxica a jóvenes generaciones y proporciona alimento nuevo a los sempiternos nacionalismos.
Todavía no es demasiado tarde para evitar estas catástrofes, pero no queda mucho tiempo, y parte de ese tiempo se disipará pronto, ya que nada cabe esperar del gobierno argentino antes de la sucesión presidencial. Nuestra convicción confiere a este artículo su principal sentido: una solución cooperativa y colectivamente beneficiosa del conflicto requiere liderazgo político que no encontraremos si lo esperamos sentados; hay que crear las condiciones para su surgimiento mediante un intenso debate político y cultural.
Que no será fácil, porque la cultura se conjuga con rasgos institucionales. El sistema presidencialista hace de una misma figura jefe del Estado y del gobierno, y parece muy natural que esa figura identifique el interés nacional, se haga cargo de él y lo convierta en una “causa”. Con todo, este triste episodio proporciona una buena oportunidad para poner en tela de juicio estas pautas típicas, porque los costos del camino elegido en el diferendo son ya tan conspicuamente elevados que han abierto una brecha potencial en la muralla del nacionalismo cultural y político. La sinergia entre una opinión pública más activa y liderazgos políticos más osados es una condición necesaria para la solución del intríngulis.
La reversión de la espiral negativa radica hoy en mayor medida en lo que podamos hacer los argentinos. Y al ganador de las presidenciales de octubre deberá esperarle la tarea de desmontar el conflicto.
Algunos puntos son ilustrativos de un resultado óptimo y de los grandes problemas de viabilidad política que cualquier solución conlleva:

La Argentina asume que, a la luz de todas las informaciones serias con que se cuenta, puede confiar en que la planta de Botnia operará con las mejores tecnologías disponibles en términos medioambientales. La Argentina y Uruguay asumen conjuntamente que la validez de lo anterior descansa taxativamente en activos controles sobre la operación permanente de las plantas. La Argentina acepta, a partir de los compromisos medioambientales fijados, la reiterada invitación uruguaya a institucionalizar un monitoreo conjunto.


La Argentina y Uruguay impulsan una iniciativa común, en el ámbito del Mercosur, para encarar la sostenibilidad productiva y ambiental de los sectores forestal y papelero, fijando estándares exigentes y tiempos de adopción, por parte de los productores rezagados, de las mejores tecnologías disponibles. Asimismo, impulsan la discusión de un diseño institucional con competencias transferidas a un nivel regional supranacional, que no impida las decisiones, pero que incentive comportamientos cooperativos.


Ambos gobiernos, invitando al resto de los países de la región, convocan a los sectores empresariales forestales y papeleros, locales o extrarregionales, con disposición inversora, a fijar políticas de desarrollo de un cluster que maximice las ganancias de escala, la innovación tecnológica y la atracción de inversiones, y minimice los efectos ambientales negativos.


La empresa Botnia, y ambos gobiernos, asumen los costos económicos de la creación de una intervención paisajística de gran escala, barrera verde que eliminaría la visibilidad de la planta de Fray Bentos.


Uruguay absorbe los costos económicos y sociales causados por los ilegales bloqueos de rutas y puentes internacionales por parte del activismo vecinal argentino. Y la Argentina asume que Uruguay ha absorbido esos costos. Es importante conferirles la visibilidad pública necesaria, porque el compromiso uruguayo de absorber los costos debe ser parte de los beneficios para la Argentina, que impiden un resultado de suma cero.


Las fuerzas vecinales activas en Entre Ríos levantan definitivamente las medidas de acción directa. Se discute, asimismo, la creación de instancias de participación de vecinos de ambas márgenes del Uruguay en los mecanismos institucionales de control y en las políticas de regulación de las actividades forestales y papeleras en el Mercosur.


El gobierno argentino retira la demanda contra Uruguay en La Haya por la hipotética violación oriental del Estatuto del Río Uruguay.

Soñar no cuesta nada, pensarán los lectores mejor dispuestos. Los peor dispuestos, argentinos o uruguayos, tal vez se indignen con estas propuestas. Justamente, soñar un escenario óptimo pone de manifiesto cuáles son los obstáculos que se le interponen y qué podría hacerse para conferirle mayor viabilidad.
Palermo y Reboratti son compiladores del libro Del otro lado del río. Ambientalismo y política entre uruguayos y argentinos (Edhasa, 2007).

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Tatian y la izquierda

Por esta vez voy a transcribir la entrevista publicada en Página 12 el lunes 17, en lugar de poner el link correspondiente. Aquí va:

En busca de una izquierda que sepa ser conservadora
Frente al avance de las fuerzas de derecha, encarnado en la figura del vecino como víctima y consumidor, y al avasallamiento de la cultura pública, Tatián sostiene que es necesaria “la formación de una izquierda no progresista”.
Por Verónica Gago

Como parte de un debate impulsado por la revista-libro Confines (Fondo de Cultura Económica), el joven filósofo cordobés Diego Tatián sostiene que aún es válida la distinción entre izquierda y derecha como principio de orientación política, y lanza una hipótesis sobre la crisis de la izquierda: ha privilegiado una política de la memoria sobre la revolución derrotada y los crímenes del terrorismo de Estado más que un pensamiento sobre la emancipación. El riesgo que tiene este desplazamiento es, según el filósofo, “cierta parálisis de la acción política”. Profesor universitario y autor de libros dedicados a las filosofías de Spinoza y de Heide-gger, Tatián analiza en diálogo con Página/12 por qué es necesaria la formación de una izquierda “no progresista” frente a una derecha que gana terreno y que hoy se traduce en la figura del “vecino que consume y se considera víctima de la corrupción y la ineficacia de los políticos”.
–Usted sostiene que el recorrido de la izquierda argentina en las últimas décadas va de una cultura de la revolución a una cultura de la memoria o, de otra manera, de la emancipación al duelo. ¿Qué quiere decir?
–Ese giro se verifica no sólo en la Argentina, pero aquí adopta ciertas particularidades que lo vuelven muy singular. El movimiento de derechos humanos ha sido el corazón de la izquierda argentina en las últimas décadas y seguramente es uno de los más importantes del mundo, por su capacidad de haberse constituido en una de las referencias políticas principales en los debates nacionales, por su capacidad de arrancarle al Estado situaciones que el Estado espontáneamente no produce, por su persistencia e intensidad. La recuperación democrática hubiera sido inimaginable sin esa presencia cuyo aporte, en su radicalidad, en su intratabilidad a veces, ha sido y es fundamental para la democracia, que jamás se obtiene de manera definitiva, sino que es una institución ininterrumpida que puede perderse de un momento para el otro. Ese movimiento fue la respuesta a un genocidio, pero también el efecto de una derrota y de un fracaso. El anhelo revolucionario y el horizonte emancipatorio han cedido su lugar al trabajo de la memoria. La memoria no es un concepto individual ni meramente psicológico, sino colectivo y político. Incluso quienes han nacido muchos años después de un acontecimiento extremo, y por tanto no tienen recuerdos de él, pueden participar de una memoria que les ha sido legada y encontrar en ese acontecimiento un conjunto de significados que dotan de sentido a sus ideas y prácticas, como antes ese sentido era proporcionado por la perspectiva revolucionaria.
–¿Cuáles son las consecuencias políticas de este viraje y cómo operan hoy?
–Hay un primer elemento paradójico y muy significativo. El fracaso de la izquierda revolucionaria de los ’60 y ’70, mediado por el genocidio y el desastre, dio lugar a un espacio público cuyas referencias más relevantes fueron Madres que buscaban a sus hijos, luego Abuelas que buscaban y aún buscan a sus nietos, y finalmente Hijos que pelean por la identidad y la justicia. Esto no deja de ser paradójico si pensamos que muchos de los hijos de esas Madres y de los padres de esos Hijos leían La muerte de la familia, de Cooper, y buscaban sustituir una sociedad patriarcal y jerárquica por una sociedad fraternal en ruptura con la organización familiar, en la que el nacimiento, la herencia y la sangre no contaran. Esa apropiación de la plaza por familiares constituidos en sujetos políticos desmantela el antiguo antagonismo entre oikos y polis, fundante del discurso político en Occidente. Las conquistas efectivas surgidas a partir de allí fueron muchas. Ante todo, el establecimiento de las verdades de hecho referidas al terrorismo de Estado, la derrota del negacionismo. Luego, la paciente lucha por el imperio del derecho y el castigo de quienes cometieron crímenes valiéndose del poder del Estado. En su libro sobre el juicio a Eichmann, Hannah Arendt escribía, citando a Grocio, que el castigo no restaura la justicia, pero su inexistencia nos sume en una indignidad peor y en lo insoportable mismo. Y, en este sentido, la Argentina ha llegado muy lejos, tan lejos que ni aun en países con ejércitos de ocupación se ha logrado llevar adelante la cantidad de juicios que se han sustanciado aquí. Esta es una consecuencia no menor. Pero hay otras que pueden ser políticamente inconvenientes. Me parece imprescindible que la izquierda y el movimiento de derechos humanos logren preservarse del resentimiento y la victimización. Quienes adoptaron ciertas opciones de lucha en los ’70 no fueron sólo víctimas, sino sujetos que tomaron decisiones políticas, formas de vida conscientemente elegidas. No hubo dos demonios, pero tampoco demonios de un lado y ángeles del otro.
–¿Qué sería una izquierda “afirmativa” capaz de disputarle a la derecha el mundo por venir?
–En primer lugar, una izquierda capaz de sobreponerse al resentimiento, sin que esto signifique abandonar la lucha por el castigo ni la capacidad de indignación. La historia no se dirige inexorablemente hacia una sociedad más justa y, por eso, el porvenir es objeto de disputa, como también el presente y el pasado. Afirmativa sería una izquierda que logra sustraerse de la mera crítica, produce conceptos nuevos, prácticas autónomas, y es capaz de sobreponerse a una cierta parálisis de la acción política que conlleva la cultura de la memoria.
–¿Es posible plasmar esta izquierda electoralmente o imagina otro tipo de política?
–No creo que una izquierda orientada hacia la producción de acontecimientos sea incompatible con la posibilidad de una izquierda partidaria que considere aún necesario pensar el Estado y actuar en sus instituciones. Pueden coexistir. Si por una parte es esencial para una democracia la constitución de una sociedad civil que rompa la reducción de lo público al Estado, también lo es una responsabilidad institucional por parte de la izquierda. Aunque haya sido obscenamente saqueada, aún queda buena parte de cultura pública construida por varias generaciones de argentinos, cuya preservación requiere una responsabilidad institucional. Aquí hay una dimensión conservacionista –en el sentido en que los movimientos ecológicos usan la palabra– que la izquierda puede y debe hacer propia frente a la prepotencia progresista de la derecha tecnocrática, para la que el progreso es reproducción indefinida de lo existente, a la vez que destrucción salvaje. Por eso, me parece de suma importancia la formación de una izquierda no progresista, capaz de resistir con ideas, invenciones y acciones la banalidad de la retórica progresista que sólo busca crear las condiciones apropiadas para la reproducción del capital.
–¿Por qué cree que el discurso de la derecha sobre la necesidad de soluciones técnicas para enfrentar problemas políticos es tan efectivo?
–Una diferencia entre la derecha y la izquierda –que a mi modo de ver aún existe– es que la izquierda se asume como tal. La derecha, en cambio, escamotea la designación y se traviste de neutralidad aduciendo que los problemas son técnicos y la discusión de ideas, los interrogantes acerca de la justicia, la imaginación de cosas nuevas y la deliberación pública son sólo ideologismos que obstruyen la eficaz resolución de los asuntos humanos. La condición de posibilidad de la derecha actual, aunque no de la derecha clásica, es la despolitización, la sustitución del ciudadano que produce diariamente la ciudad por el vecino que consume y se considera víctima de la corrupción y la ineficacia de los políticos –seres nacidos de un repollo que los buenos vecinos deben padecer sin haberlo merecido–. Esto es lo que hace más de dos siglos Kant llamaba “autoculpable minoría de edad”. Los medios de comunicación preparan el terreno y los empresarios de la política hacen la cosecha. ¿Sería posible que un discurso tan elemental como el de Macri prosperase si no se hubiera producido antes una destrucción del lenguaje, del deseo, de la imaginación y de cualquier complejidad del pensamiento, por los programas de entretenimiento que atestan la televisión? Exaltación de la inmediatez complementada con periodistas que hablan en nombre de “la gente”, teatralizando una moralina victimizante y ridícula si no fuera altamente eficaz. La derecha opera desde los medios produciendo sentido común, sospecha del pensamiento y el olvido de que todo ser humano, sea cual fuere su condición, es capaz de pensar y de actuar para revertir la situación desfavorecida en la que se halla. No sólo es capaz de hacerlo, nadie lo hará por él.
–¿A qué se refiere con la necesidad de disputar el concepto de derechos humanos?
–El peligro mayor del discurso sobre los derechos humanos es la autocomplacencia, la ausencia de interrogantes nuevos en relación con el hombre. Hoy sabemos que es posible llevar adelante guerras, masacres y limpiezas étnicas en nombre de los derechos humanos. La mayor potencia militar del planeta usurpa la expresión y aduce razones humanitarias cada vez que derroca gobiernos o envía tropas de ocupación. Es necesario reflexionar sobre esto. La constitución de redes orientadas a preservar jurídicamente al individuo del poder del Estado es imprescindible para cualquier democracia que se precie de tal. Pero los derechos humanos desbordan lo jurídico y aquí sólo puede intervenir el pensamiento. Derecho a la singularidad, derecho de cada cual a “cultivar su legítima rareza”, derecho a la locura y al secreto, derecho de lo que es irreductible a la ciudadanía y a la razón jurídica, son derechos que no tienen ni pueden tener correlato en la ley. Sin embargo, existen. Y la humanidad, si algo quiere decir, se define también por ellos.